Por: Patricia Dipre
La reciente visita del canciller ruso Serguéi Lavrov a la República Dominicana, sumada a una llamada posterior del secretario de estado estadounidense Marco Rubio al presidente Luis Abinader, ha encendido señales diplomáticas en un contexto geopolítico actual, cada vez más polarizado.
El Caribe vuelve a situarse en el mapa de la competencia global, y la República Dominicana se encuentra en el centro de una partida en la que las decisiones de política exterior ya no son neutrales .
La llegada de Lavrov a Santo Domingo fue más que un gesto protocolar. En medio de su aislamiento internacional tras la invasión de Ucrania, Rusia busca aliados o, al menos, espacios diplomáticos donde su presencia no sea rechazada.
Lo que en términos prácticos, la visita constituye un triunfo simbólico para Moscú y una declaración de independencia diplomática para el gobierno dominicano. En lo que yo denomino que el país se granjea una imagen de apertura y soberanía en su política exterior.

Sin embargo, todo indica que la incomodidad no tardó en llegar desde Estados Unidos.
Marco Rubio, quien desde que estuvo en el senado ha sido una figura clave en la política exterior estadounidense hacia América Latina, realizó una llamada al presidente Abinader, y si bien lo que se ha dado a conocer públicamente es que el Secretario de Estado, reafirmó con el mandatario la fortaleza de la asociación entre Estados Unidos y la República Dominicana, así como la continua colaboración respecto a los desafíos regionales, que incluyen la lucha contra la inmigración ilegal, para quienes somos más profundos y leemos entre líneas, en definitiva se trató de lo que se conoce popularmente como ponerse delante, y un gentil recordatorio de lo que envuelve la relación de nuestro país con Estados Unidos, como principal socio comercial.
Así lo demuestran las acciones, con la declaratoria y reconocimiento como grupos terroristas a un conjunto de bandas haitianas, con quienes tenemos un riesgo latente.
La República Dominicana es un socio histórico de Washington, y más que un simple país caribeño, es una pieza clave en temas migratorios, comerciales y de seguridad regional.
La llamada de Rubio en la coyuntura actual es un mensaje claro y directo al país y al resto de América Latina: cualquier acercamiento a a otras potencias será observado, pero en lo que que nos concierne, el gobierno dominicano enfrenta ahora un reto diplomático: cómo mantener su apertura al mundo sin comprometer la relación con su principal socio estratégico.
Estados Unidos que representa más del 50% de sus exportaciones, el grueso del turismo, las remesas y el respaldo en foros multilaterales.
El gran riesgo está en las percepciones. En un escenario internacional donde la neutralidad se interpreta como ambigüedad, la simple foto con Lavrov puede tener un costo político ante Washington.
Este episodio confirma que América Latina vuelve a estar en la mira de las potencias globales. China, Rusia, EE.UU. y la Unión Europea buscan posicionamiento en una región que ha recuperado valor estratégico. Para países como la República Dominicana, esto implica más opciones, pero también más presiones.
La visita de Lavrov y la llamada de Rubio no son hechos aislados, sino manifestaciones de una disputa más profunda.
El gobierno dominicano debe actuar con equilibrio, evitando convertirse en un campo de batalla simbólico entre potencias. Mantener una política exterior pragmática, soberana pero alineada con sus intereses económicos y de seguridad, será clave para transitar este nuevo orden mundial sin sacrificar su estabilidad ni su reputación internacional.