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    EDITORIAL

    Las trabajadoras domesticas

    Es oportuna una reflexión cuando se habla de mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas. Con la clase media poniéndose las chancletas del proletario, los subsidios y las ayudas sociales deben ir a sectores básicos de la sociedad.

    El sector gubernamental y el empresarial deben coordinar esfuerzos para atender necesidades básicas de los que son arrollados por el remolino de las pérdidas de empleo, los recortes de nómina, y los negocios que no pueden subsistir ante los grandes supermercados y las plazas comerciales.

    La política de pleno empleo que se pueda iniciar en el país, tiene que ir a favorecer a grupos que, con el adiestramiento suficiente, se encuentran sin oportunidades para vender su fuerza de trabajo.

    Sin ser protegido de un líder oficialista, es casi imposible conseguir un empleo en el gobierno. El sector privado no puede crear de repente todas las plazas que son necesarias para atajar el desempleo.

    En los últimos años, y desde la pandemia, la llamada clase media comenzó a andar por el trecho tenebroso de la proletarización forzada. De vivir en confort, lo ha ido perdiendo todo, y ahora solo le queda buscar la comida diaria.

    Por muchos años fue la clase media el motor de cambios sociales, pero sin tener firme su propósito en la vida, sin ser proletaria, ni tampoco rica o sangre azul, los integrantes de este segmento clasista no bien definido fracasaron al nadar en contra de la corriente.

    Ahora se encuentra en el tapete una iniciativa para mejorar las condiciones de trabajo de las auxiliares domésticas, y este hecho debe mover a reflexión. Durante muchos años las trabajadoras domésticas han sido olvidadas, maltratadas y abandonadas a su mala suerte.

    Tratar de buscar en esta recesión mejores conquistas laborales para ellas, es una ejecución equivocada, que no es levantada en el momento oportuno. Desde hace varios años, por no poder pagarlas, la clase media dejó de emplear trabajadoras domésticas.

    Podría ocasionar despidos masivos y cierre de oportunidades, que se obligue a los empleadores de las domésticas a pagarle salario mínimo, a darle vacaciones, seguro médico, cesantía, doble sueldo y un horario de ocho horas. Estoy de acuerdo con estas conquistas, pero el momento no es oportuno. –

    Que se proteja a las trabajadoras domésticas, sin tener que colocarlas al borde de caer en la hoguera. Que, de modo institucional, entre el gobierno y el sector privado, se inicie un programa   de seguro médico, becas para sus hijos, pensiones solidarias para las adultas mayores   y otras reivindicaciones. Lo demás, puede ser un caramelo agridulce envenenado.

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