Mientras la mediática fabrica la gran mentira contra Venezuela.
Por Rafael Méndez
Como advirtió Fidel Castro, la mentira afecta el conocimiento, pero el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Eso es lo que buscan: condicionar a la opinión pública internacional hasta que la agresión contra Venezuela parezca necesaria o incluso justa. La animadversión se convierte entonces en una moda global, repetida en titulares, en redes sociales, en discursos diplomáticos, siempre con el mismo libreto: justificar la intervención.
La derecha venezolana, incapaz de conquistar el respaldo popular y derrotada una y otra vez en el terreno democrático, ha decidido apostarlo todo a un acto de traición sin precedentes: pedir la intervención militar de Estados Unidos para alcanzar la vigencia política que el pueblo le ha negado. Se trata de una confesión de fracaso y de la muestra más clara de que estos sectores no tienen ni proyecto propio ni confianza en las fuerzas nacionales.
Pero esta jugada no está sola. Camina de la mano con una maquinaria mediática global que, desde hace más de una década, fabrica de manera sistemática una gran mentira contra Venezuela y contra el presidente Nicolás Maduro. Es un libreto cuidadosamente diseñado, repetido hasta el cansancio, que busca moldear la percepción internacional y justificar lo injustificable: la injerencia extranjera en los asuntos internos de un país libre y soberano.

La fábrica de mentiras
A esta entrega de la soberanía se suma la guerra psicológica librada por los grandes consorcios mediáticos. Desde que Nicolás Maduro asumió la presidencia, se ha construido una animadversión “fríamente calculada” hacia su figura. La mediática global lo convirtió en villano, fabricando un relato simplista que reduce una compleja realidad nacional a un eslogan de desprestigio.
No se trata de informar, sino de manipular. La estrategia ha sido repetir mentiras, una y otra vez, hasta que calen en la opinión pública internacional. Se presenta a Venezuela como un país en ruinas y a su presidente como un obstáculo para la democracia, ocultando deliberadamente el bloqueo económico, la resistencia popular y los logros alcanzados en medio de las adversidades.
Como advirtió Fidel Castro, la mentira afecta el conocimiento, pero el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Eso es lo que buscan: condicionar a la opinión pública internacional hasta que la agresión contra Venezuela parezca necesaria o incluso justa. La animadversión se convierte entonces en una moda global, repetida en titulares, en redes sociales, en discursos diplomáticos, siempre con el mismo libreto: justificar la intervención.
Principio universal traicionado
Los pueblos del mundo, después de haber sufrido guerras, colonizaciones y ocupaciones, acordaron principios fundamentales para la convivencia internacional: el respeto a la soberanía, la independencia y la autodeterminación. Esos valores no nacen de una teoría abstracta, sino de la memoria de millones de seres humanos que lucharon contra imperios y dictaduras para abrir camino a la libertad.
Cuando sectores de la oposición venezolana claman por la intervención militar de Washington, se colocan en abierta traición a esa herencia. Le niegan a su propio pueblo el derecho a decidir su destino y lo entregan en bandeja a intereses imperiales. No es solo un error político: es una agresión contra la memoria de las luchas de independencia y contra la dignidad de todos los pueblos que han conquistado su libertad.
Lo que debería ser un consenso universal —que cada nación se gobierne a sí misma— es pisoteado por quienes se presentan como “demócratas” en Venezuela. Así, lo que no logran en elecciones ni en la vida política interna, lo buscan fuera de nuestras fronteras, demostrando que su compromiso no está con la patria sino con las agendas extranjeras.
La independencia no se negocia
El resultado es un doble ataque: por un lado, la oposición entreguista que pide invasión; por otro, la mediática que fabrica mentiras para legitimar esa entrega. Dos rostros de un mismo plan contra la independencia nacional. Uno actúa de manera sumisa, buscando amparo en el poder extranjero; el otro moldea las percepciones y fabrica la gran mentira para justificar la agresión.
Sin embargo, frente a esa ofensiva, el pueblo venezolano ha respondido con dignidad. En las calles, en las urnas y en la vida cotidiana, la resistencia se convierte en un acto de soberanía. El bloqueo, las sanciones y la manipulación mediática no han doblegado la voluntad de una nación que aprendió de Bolívar y de Chávez que la independencia no se mendiga ni se negocia: se defiende.
Esta defensa de la soberanía no es solo un acto local: es un ejemplo de cómo los pueblos conscientes pueden enfrentar y resistir las tentaciones del imperio y los falsos relatos que pretenden imponerse desde afuera. Venezuela demuestra que la dignidad de un pueblo consciente siempre será más fuerte que cualquier mentira fabricada en los laboratorios de la dominación, reafirmando que la independencia, una vez conquistada, es un derecho irrenunciable que se defiende con firmeza.