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    EDITORIAL

    El periodista

    El mantenimiento de una plena libertad de expresión, el flujo del libre juego de las ideas y el total e incondicional accionar de la prensa, son parte de las columnas sobre las que descansa una sociedad democrática.

    El derecho a la libre información ha costado ríos de sangre y el sacrificio de decenas de periodistas, desde simples reporteros, articulistas, jefes de redacción y directores de medios.

    La libertad de prensa no ha sido en la República Dominicana un regalo de gobernantes, sino impuesta por la lucha decidida de generaciones de periodistas.

    Aún en los momentos más amargos y violentos de las dictaduras, siempre hubo reflejos de la lucha por la difusión de la verdad. Solo el accionar de la fuerza y la mordaza vil acalló por un instante el ejercicio de proclamar la verdad a los cuatro vientos.

    Ayer se celebró el Día del Periodista en la República Dominicano dentro de un nuevo orden, que se inició ya hace muchos años, donde se respira aires de libertad de prensa, de libre expresión del pensamiento y del respeto al trabajo para difundir los hechos con la mayor veracidad posible.

    Cuando se fortalecen nuevos métodos de la comunicación, ligados al internet, y sobre todo el surgimiento de los periódicos digitales, el momento es de reflexión. No importa la plataforma que se utilice, siempre el compromiso del periodista será decir la vedad.

    El informador público tiene que ser objetivo e imparcial, y estar atado a la verdad. Se puede ser imparcial cuando en un conflicto no se defienden intereses particulares, o cuando se doblan las rodillas por miedo, por prebendas, o por complacencias inaceptables.

    Donde sí tiene el periodista que tomar parte, y dejar las imparcialidades a un lado, es cuando se pone en peligro la libertad de expresión y que fluya el rejuego de las ideas.

    El comunicador tiene que tomar el bando de defensa del necesitado, ser la voz y las ideas de los mudos sociales que se ponen cremallera en los labios y tapones en los oídos por miedo a la fuerza de la opresión.

    Ante la divulgación de las injusticias, de los excesos del sector público y de la prepotencia de los poderosos económicos, el periodista tiene que jugar su carta, que es ser defensor de los mejores intereses del país. Siempre debe estar al lado del sentir de los excluidos, de los muertos de hambre, y de los abandonados a la suerte.

    Un verdadero periodista no debe vivir de poses y falsedades, sino que tiene que sentir indignación ante la mínima violación de los derechos humanos, tiene que explosionar, y no morderse los labios, apretando los puños, para evitar la ira, cuando el poderoso pisotea al indefenso, y la justicia no aplica sobre él la pena correspondiente.

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